Eupalinos o El Arquitecto
Diálogo aparecido en 1923, que sirvió para difundir entre el gran público la fama de este paladín del neoclasicismo contemporáneo, mucho más que sus Poesías (v.) y que sus agudos ensayos.
El diálogo se desarrolla en el mundo de los muertos: Fedro (el interlocutor del diálogo platónico de este nombre, v.), recién llegado a la triste mansión, va en busca de Sócrates y, al encontrarle, quiere reanudar con él los diálogos ya sostenidos en la tierra. La conversación versa inevitablemente sobre el valor de los cuerpos y la tristeza de las almas separadas de ellos, y por fin deriva y se fija sobre el tema de la arquitectura. Fedro, en un largo discurso interrumpido e iluminado por los comentarios del Maestro, expone las ideas y las enseñanzas del gran arquitecto Eupalinos, muy frecuentado por él. También la arquitectura, como las demás artes es la proyección de la vida interior del artista, cuyos momentos y episodios se reflejan en las obras. Pero la arquitectura, como la música, tiene sobre las demás artes la ventaja de no verse ligada, en sus medios de expresión, a llamamientos demasiado limitados, a una precisa representación de la realidad sensible, a lo que los espectadores llaman el «asunto» o el «argumento»; los sentimientos pierden en ella todo valor particularista, se convierten en símbolos universales, pura forma.
Mientras por otra parte el destino del edificio, el fin para que ha sido hecho, los cálculos matemáticos que le preceden y las leyes físicas de su construcción tienen enraizado al artista en el mundo riguroso del conocimiento, en el sentido de la realidad del universo. El arquitecto, pues, para mantenerse fiel a dichas exigencias, y para alcanzar en ellas su libertad creadora, tendrá que empezar por «construirse a sí mismo». Sólo así podrá ponerse en situación de pensar en la posibilidad de «encadenar un análisis a un éxtasis». Este punto de llegada es teóricamente inalcanzable; en la práctica puede parangonarse a lo que se llama, en lenguaje matemático, un «caso límite», y el gran artista se le acerca, en determinados momentos, con un máximo de aproximación. En dicho estado mágico todo es claro y parece fácil, todas las facultades concurren y se identifican en el acto de la creación. Estos sutiles pensamientos, expresados en una prosa extraordinariamente sugestiva, sapientísima mezcla de formas filosóficas tradicionales y de expresiones poéticas modernísimas, aseguraron al opúsculo un amplio éxito.
El autor vuelve claramente a su tema, ya enunciado casi treinta años antes, en su juvenil Introducción al método de Leonardo de Vinci(v.), de la necesaria e inalcanzable identidad entre ciencia y arte; refutando la tradición filosófica «demasiado encerrada en su técnica especial» (aunque en realidad su pensamiento nazca, por contraste, de las doctrinas bergsonianas), apela por una parte a los matemáticos, por otra a los artistas profundamente conscientes de su arte (Poe, que conoce a través de Baudelaire). Fuera y por encima de su discutible valor teórico, y de no pocos razonamientos capciosos y sofísticos, la obra vale por la gran cantidad de finísimas observaciones que casi parecen de un moralista, pero sobre todo por un innegable entusiasmo, una especie de fervor poético que se impone a pesar de la excesiva habilidad del escritor.
*Eupalinos va sempre precedido, en las ediciones, por “El Alma y la Danza” [L´âme et la danse”]. Aquí el autor prosigue la investigación emprendida después de la Introducción al método de Leonardo de Vinci (v.), sobre la psicología de la creación estética y de esa “música de las ideas” cuya pasión heredó de Mallarmé. Puesta en la materia por el arquitecto, he aquí el alma más fluida aún, más evidente a la vez y más inasequible, encarnada en el cuerpo de la Danzarina, cuyas evoluciones desean seguir y comentar Sócrates, Fedro y Eryxímaco.
Expectación y atención; es en ellos mismos donde observan y advierten el nacimiento de la Idea, fuente de emocióny materia a la vez de esta emoción, que es puramente intelectual y a cuyo apasionado análisis se aferrará Valéry toda su vida. Se trata, repitámoslo, de toda una psicología del arte que aparece contenida y explícita en frases tales como ésta de Eupalinos: “Pero este cuerpo y este espíritu, pero esta presencia invencible actual, y esta ausencia creadora que se disputan el ser, y que es preciso, en fin, ensamblar, más este finito y este infinito, que cada cual aportamos según nuestra naturaleza, preciso es que ahora mismo se unan en una construcción bien ordenada…», o en esta otra de Eryxímaco: «Nada, sin duda, más morboso en sí, nada más enemigo de la naturaleza, que el ver las cosas como son. Una claridad fría y perfecta es un veneno imposible de combatir.
Lo real, en su estado de pureza, paraliza instantáneamente el corazón…» Y de esta realidad pura es de donde el Arquitecto y la Danzarina escapan permitiendo al Espectador evadirse un instante con ellos; al oponerle «una construcción bien ordenada», ella huye, efímera, ilusoria. Hela aquí expuesta por boca del Sócrates de Valéry: «Este cuerpo en sus estallidos de vigor, me sugiere un osado pensamiento: del mismo modo que exigimos a nuestra alma muchas cosas para las cuales no está hecha…, así ese cuerpo quiere llegar a una posesión entera de sí mismo y hasta a un punto de gloria sobrenatural… Pero el cuerpo es de él como del alma, para la cual Dios, y la sabiduría y la profundidad que le son pedidas, sólo son, sólo pueden ser, momentos, relámpagos, fragmentos de un tiempo extraño, saltos desesperados fuera de la forma…»
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